jueves, 5 de diciembre de 2013

Mientras...


Acabas de pasar un gran día, algo rutinario, pero realmente bueno; y te diriges a casa para concluirlo, culminarlo, dónde sabes que te espera la calefacción, una buena cena, una ducha, y tu cama.
Por el camino ves a una mujer con su pequeña agarrada a la pierna derecha, la nariz húmeda por un posible resfriado (lo que no me extraña nada a causa del frío y el poco abrigo) y el pelo alborotado. La madre rebusca en la basura algo de comida, de ropa...algo que tú ya no querías porque tenía un enganchón, porque ``ya no se lleva´´ o porque cómo vas a comerte el pan con lo duro que se queda de un día para otro.
Un sentimiento de culpabilidad, de impotencia e incluso de lástima (aunque no siempre sea sana) te invade, pero sigues llegando a casa, encendiendo la tele, duchándote con agua caliente y calefacción, eligiendo qué cenar y así finiquitar cómoda y plácidamente el día.
Puede parecer hipócrita, egoísta o incluso desgraciado el pasar a medio metro de esta estampa y simplemente pasar, pese a ser la realidad de todos...o la inmensa mayoría. Pero lo que no pensamos es que quizá no es que no seamos bondadosos si no que nos han enseñado a ser así. Te han enseñado que lo normal es que haya gente en la calle, muriéndose, mientras tu te preocupas por las uñas o el fútbol. No es malo, es simplemente nuestra realidad, o al menos la que nos dado a creer; sin embargo no paro de preguntarme qué sería de nosotros si lo que nos hubieran enseñado fuera, que la diferencia de mundos abismal que se da en la sociedad, viviendo todos bajo un mismo cielo, es ridícula e ilógica. 
Cierto es que entre las personas se marcan diferencias, bien sena por su inteligencia, sabiduría, el capital económico, escaños sociales o el apellido, pero siempre diferencias.
Mi pregunta es ¿hasta dónde es lógico el rango de estas diferencias, y qué es lo que realmente las marca?

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